El hijo mayor de la historia de Lucas 15 se quedó afuera, no sabemos exactamente lo que había en su corazón, solo sabemos que el padre estaba de fiesta y él estaba enojado. Creo que una de las razones por las que se quedó afuera de la fiesta es porque le molestaba no ser el protagonista de ella. No pudo alegrarse ni festejar.
¿Cuántas veces nos sentimos de una forma parecida? Si alguna vez viste a un hermano tuyo lograr cosas grandes y por dentro te surgió un sentimiento de incomodidad que no te permitió alegrarte del todo, entonces sabes a lo que me refiero. Sería honesto admitir que en ocasiones queremos que suceda algo grande en nuestras iglesias, pero pareciera que queremos aún más ser nosotros los protagonistas de esa acción.
Ser parte de la familia de Dios se asemeja a estar en un equipo. En el deporte profesional, cuando un equipo sale campeón, hay premios pautados para todos los miembros de ese equipo, más allá de que hayan participado en todos los partidos o que no hayan entrado a la cancha durante todo el campeonato. La realidad es que ese premio no es para los jugadores estrella, sino para el equipo, y muchos lo ganan solo por ser parte de él.
En las cuestiones del Reino esto ocurre con mayor razón, ¿Te enteraste que tienes un premio solo por ser parte de la familia de Dios? Solo por esa razón tienes garantizada una vida eterna al lado de Dios, y todas las recompensas que vienen junto con ese galardón, simplemente por formar parte del equipo ganador.
Por eso cuando se trata de los asuntos del Reino, debemos dejar de lado la competitividad individualista y adoptar la mentalidad de equipo. Nuestros hermanos son nuestros aliados y no nuestra competencia, todos somos parte del cuerpo. Como suplente de un equipo, aún si no te llamaron todavía a participar activamente también tienes responsabilidades. Aquí te comento algunas:
Los suplentes deben asistir a todos los entrenamientos y prepararse de la misma forma: Aunque no jugaran un partido en todo el año, deben realizar la misma rutina que los que estuvieron en todos los partidos. De la misma forma deberíamos estar siempre preparados para el servicio. Lo único que diferencia al titular del suplente es que uno fue convocado por su entrenador y el otro no. El entrenador tendrá sus razones para tomar esas decisiones. ¿Qué pasaría si te toca servir inmediatamente?, ¿Te has preparado?
Los suplentes llevan el mismo uniforme: Aún si no es visible en el momento, todos los jugadores tienen una camiseta con su número y su nombre, porque forman parte del mismo equipo. Es una responsabilidad representar al equipo correctamente. Igualmente, eres parte del equipo de Dios, si tu testimonio no habla de Dios las personas no dirán “seguramente es el único que se comporta así”; lo más seguro es que digan “seguramente todos los cristianos son así”. No podemos manchar el testimonio de todos nuestros hermanos solo por no sentirnos parte del equipo titular.
Los suplentes sienten lo mismo que los titulares: Todos son miembros del mismo equipo, compartiendo la victoria y también la derrota. Imagina que un equipo pierde un partido y el suplente que no jugó se encuentra festejando con el equipo contrario. Eso no tendría sentido ¿verdad? En la iglesia jamás deberíamos alegramos con el fracaso de otros o entristecernos con sus victorias. La Biblia nos enseña en Romanos 12:15: “alégrense con los que están alegres y lloren con los que están llorando”. Una iglesia fuerte será aquella que en unidad puede limpiar sus lágrimas y festejar.
Los suplentes animan a todo el equipo: En un partido existen muchas emociones encontradas: ansiedad, nervios, enojo, alegría. La labor de todo el equipo es animarse mutuamente con palabras de ánimo e instrucciones acerca de cómo mejorar, aun si el resultado no está siendo el esperado. En nuestro caso, no siempre tendremos la oportunidad de participar activamente, pero siempre podremos animar a los que sí lo hacen, llevar un consejo, una palabra de ánimo y mostrarles a las personas frustradas que tienen a un Padre que los ama a pesar de todo.
Para hacer estas cosas no hace falta un llamado especial, no hay dones que desarrollar, solo necesitamos un corazón alineado a lo que nuestro Padre desea y una actitud humilde que nos lleve a sabernos parte de un gran equipo ganador. Nunca caigas en la trampa diabólica de la comparación. Alégrate con los éxitos que protagonizan tus compañeros y espera con paciencia las puertas que Dios te abrirá en el momento perfecto elegido por su voluntad. No se trata de que nosotros nos destaquemos sino de que el Reino avance y Dios cumpla sus planes supremos. ¡No hay mayor premio que el hecho de que el Creador nos incluya permitiéndonos ser parte de sus proyectos!
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