En mis años de adolescencia tenía muchos deseos de aprender, así que constantemente me surgían muchas preguntas sobre la vida cristiana. Tenía también la dicha de contar con un líder y amigo que pacientemente me escuchaba, me ayudaba a pensar. Lo bombardeaba de preguntas, a veces de la nada. Recuerdo entonces una vez que me acerqué a preguntarle qué es la madurez. Me vio con rostro de «Muy buena pregunta» y me respondió «Depende». «No es posible una sola definición, porque depende de qué área de la vida estamos hablando. La madurez se mide de forma distinta en distintas áreas de la vida.» Y terminó diciendo, «piénsalo» y se fue.
Han pasado tantos años y lo sigo pensando. Cada persona es diferente, atraviesa distintas temporadas de vida, tiene múltiples necesidades, así como oportunidades. Nuestro recorrido en la vida cristiana es único, personal, individual. Cada uno de nosotros necesita apoyo a la medida.
Esta jornada hacia la madurez se lleva a cabo a cocción lenta. Y además con altibajos.
Es imposible estandarizar el aprendizaje, por lo que deberíamos evitar a toda cosa departamentalizarlo. Lamentablemente, el sistema educativo aún funciona así: la gente de la misma edad agrupada en el curso Madurez 1 donde se aborda cierto contenido, los que tienen un par de años más en Madurez 2 donde ya está definido un currículo, y así sucesivamente.
Está bien contar con un marco de referencia, con estructura básica para construir modelos educativos, para formar el carácter de las nuevas generaciones. Sin embargo, el programa no es rey. El crecimiento, en Cristo, es prioridad.
Así que al abordar en esta edición la importancia de ser iglesias que cuentan con mentores intergeracionales no estamos apuntando a un listado de eventos que los mayores deben hacer con los menores. Tampoco estamos negando que existan. El foco de atención comienza con una mentalidad, antes que una actividad.
Debemos cultivar comunidades de fe donde es totalmente normal que los mayores se interesen e involucren en la vida de los menores y jovenes. Es necesario hablar acerca de ello, repetidamente, modelarlo, constantemente, para crear una cultura de ministerio intergeneracional. Quizás sea útil una que otra actividad, sin duda, pero el objetivo superior es forjar una mentalidad. La forma de ver a la iglesia es a través de relaciones entre las generaciones para crecer juntos hacia la madurez en Cristo.
Escribo a propósito las palabras «mayores» y «menores» para no mencionar edades específicas. Más bien, ¡incluye a todas las edades! Cada uno siempre tiene a otros que van más adelante en el camino (mayores) y otros que vienen un poco más atrás (menores), sin importar cuántos años tengo. El modelo de liderazgo generacional que promovemos nos recuerda eso. Y sobre todo, ¡el texto bíblico apunta a ello! Te pido que hagas una lectura de Tito 2, en particular los primeros ocho versos.
Oremos para que en nuestras congregaciones cada niño pueda sentirse parte y saber que hay jóvenes y adultos que se interesan e involucran en su vida. Que cada uno de nuestros jóvenes se sienta importante y conectado con los niños y adultos. Que todos los adultos, incluyendo por favor al adulto mayor, sepa que hay niños y jóvenes que lo ven, que lo escuchan, que lo necesitan. Niños, jóvenes y adultos somos hermanos en la fe, todos valiosos en la familia espiritual. Que todo el ministerio «los unos a los otros» descrito en el Nuevo Testamento deje de estar limitado a salones de clases, grupos afines, barreras de edad o distancia generacional. Que todos los hermanos de diferentes edades nos cuidemos mutuamente y avancemos juntos a la madurez en Cristo (Efesios 4:16).
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