Para que una iglesia se nutra, debemos permitir que varias edades e historias interactúen al integrarse en una comunidad. Sin embargo, a lo largo de la historia parece que el ministerio con las nuevas generaciones se ha ido astillando cada vez más.
Paralelamente, el enfoque evangelístico de varias organizaciones enfocados en la juventud, por ejemplo, ayudaron a que la iglesia viera el ministerio juvenil como una avenida para atraer a los jóvenes hacia la ella. Por medio de eventos llenos de energía se comparte el mensaje del evangelio. Y, si las cosas son bien manejadas, estos ministerios apuntan a los jóvenes hacia la vida de la congregación.
De esta cuenta, las iglesias comenzaron a formar equipos especializados en el trabajo con niños y adolescentes. Era necesario encontrar a personas que dedicaran atención y pasaran más tiempo con las nuevas generaciones.
Las actividades se volvieron un poco más populares, y los niños y jóvenes comenzaron a participar más en sus propios grupos que en “la iglesia”. La reacción fue entonces invertir más en este tipo de programas, ya que era la forma que parecía más efectiva de alcanzar y enseñar a las nuevas generaciones. El pensamiento fue “si aquí es donde están asistiendo, que aquí sea donde siguen creciendo”. Adicionalmente, algunas iglesias dedicaron espacio designado en sus instalaciones, con muebles más cómodos y decoración apropiada, tanto para niños como para jóvenes. Allí todos podían hacer tanto ruido como quisieran, porque no interferían en lo demás de “la iglesia”.
Así, la iglesia se dividió en grupos.
Parecía una buena idea. Ser una iglesia que provee espacio a las actividades tanto de niños como de jóvenes, además de apoyo económico y de personal dedicado es admirable. No obstante, la otra cara de la moneda fue sacar a una parte vital de la congregación separándola del resto de la familia. No solo las nuevas generaciones fueron marginadas sino todos los voluntarios que los lideraban también.
Una iglesia prospera sobre relaciones -con Dios, con su liderazgo, con cada uno de sus miembros. Las relaciones necesitan interacción y comunicación. Una congregación también prospera sobre interconexiones y una cierta sinergia de fe + oportunidades para que distintas experiencias entre los hermanos nutran la fe los unos de los otros. Esto es difícil de lograr cuando los ministerios están separados y parece que nunca se conectan entre sí. El reino de Dios es una mezcla de todo el pueblo de Dios.
Contar con jóvenes cristianos que participan solamente del silo del ministerio juvenil es como un ojo o una mano, recordando la figura del cuerpo en 1 Corintios 12, que decide nunca trabajar en colaboración con otras partes del mismo cuerpo. Una comunidad de fe florece por medio de la interconexión y colaboración entre todos. Aprendemos los unos de los otros, y mientras más diverso sea el intercambio, más crecemos.
Los grupos aislados tienden a convertirse en sus propias iglesias dentro de la iglesia. Viven una realidad alternativa a la comunidad de fe.
Cuidemos que aquello que parece bueno no se convierta en un arma que trae separación. Midamos el éxito de nuestros ministerios, no por el crecimiento de cada silo, sino por el crecimiento de todo el cuerpo unido en Cristo.
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